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Trashumancia

13 December, 2022

Ricardo Kleine Samson es un reconocido fotógrafo de la región. Su admiración y cariño por el Norte Neuquino y todo lo que rodea a la actividad de la trashumancia, atrae su mirada y su lente logrando retratar fiel y sensiblemente las historias que se generan en torno a ella con denotada pasión. En esta oportunidad comparte con nosotros otro de sus atrapantes relatos en torno a la trashumancia en el Norte Neuquino,  historias diferentes, entrelazadas con los mismos hilos de la perseverancia y unidas por el amor a la tierra y a las tradiciones más profundas.


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La 1° de las fotos es una pintoresca estampa, muy común de ver por estas épocas del año. Lo nevado que está ahí atrás, es el Domuyo, la montaña más alta de la Patagonia. Hay quienes dicen que es un volcán y hay quienes dicen que no. Y los troperos son chiveros trashumantes. Ya llevan 9 horas de arreo arriba del caballo. En la estepa por la que están atravesando su piño (rebaño), el termómetro marca, a la sombra, 39° y aún no es verano. No se soporta, de hecho, lo primero que nos pidieron fue agua fresquita, no tibia como la que llevan en su vieja camioneta Ford que los acompaña con comida, mantas, camastros y el agua que se les entibió en el andar…

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La 2° es una estampa cada vez menos común de ver por estas tierras, dos mujeres arreando su piño a la veranada y todo lo que tienen de guapas también lo llevan de coquetas. Y el que sigue, contento como va, es don Cáceres que, desmemoriado, no recuerda su edad: “Nunca lo celebro…No me acuerdo cuantos tengo…Se hace el boludo -me dice su hijo- y el viejo –pícaro– se ríe” pero, a juzgar por el aspecto tiene más de 20 y menos de 100…más cerca de los 80 que, si presta atención a los detalles, hoy luce un jersey, sin mangas, al tono con el pelo de su burro y entre los dos, son una sola estampa, una sola imagen.

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Indivisible…pero antes de continuar y para no confundir, distingamos dos conceptos que, para mí, son casi opuestos: uno es el esfuerzo tan evidente como el que hacen estos tipos para cumplir sus rutinas ya establecidas en su cultura; y el otro es el sacrificio, que es otra cosa y hacen quienes deben levantarse a la madrugada para tomar un colectivo que no llega, y lo lleve a trabajar a un lugar que no le gusta, para bancarse a un jefe que no quiere y volver, sometidos, 10, 11 o 12 horas después al lugar del que salieron como si las cosas no hubiesen cambiado. Como consecuencia de ambos trabajos, llega el cansancio, pero son distintas las formas de transitarlo.

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Volvamos al arreo; todos están cansados, rendidos. A los chivitos, con menos de un mes de nacidos, les cuesta mucho caminar por el suelo caliente de tanto sol, les desprende sus pezuñas y hay que llevarlo en alza…balan, y no dejan de balar reclamando el auxilio o la teta de su madre. Pero el tropero está atento a todo, no es un improvisado. Un chivo es un chivo, y no es el amor a los animales lo que lo motiva a cuidarlo, su interés es meramente económico. No son románticos. De eso viven.

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A todo esto, aún les quedan unos escabrosos 3 ó 4 km más para llegar al paraje Aguas Calientes, que se caracteriza por sus aguas sulfurosas e hirvientes que provienen de las entrañas de la tierra y de aquel volcán, si es que lo es, que está ahí atrás.  Allí se detendrán a descansar, comer y dormir a la intemperie, “al sereno” sin carpa, claro, no son mochileros. Allí hay agua dulce, buenos pastos y sombra. Mañana saldrán muy temprano, al alba…a la oración, dijera el paisano. Esta es su vida, duermen donde les toca y donde les toca, hacen, también, lo que les toca hacer. Convengamos que no son culturas que a esta altura del partido podamos imitar, por pintorescas que aparenten. No son un ejemplo a seguir o lo son sólo de sí mismos…y ahí está el sentimiento encontrado que, al verlos, nos retrotrae a nuestra joven historia pastoril de la que, sin embargo y casi sin motivos nos hemos alejamos. Nos gustaría volver a lo que no queremos proyectarnos ¡Qué contradicción la mía…! De hecho, están, como los masái africanos, en vías de extinción…apenas quedan unos 1.600 trashumantes de los casi 4 mil que había décadas atrás.

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Don Lazcano nos recordaba que, de niños, su padre cruzaba a Chile desde el Buraleo, en burro a comprar azúcar en terrones y porotos, mientras que su madre los hacia pescar truchas para hacer charque y, con el azúcar, los porotos y el pescado se alimentaban de regreso a la invernada durante los 30 días que duraba su trashumancia que, además de sus padres, también compartían con sus abuelos, llegaban a ser 9, entre hijos y entenados. En total llevaban 4.500 animales, contando chivos, ovejas, caballos, burros y vacas. “Nací y viví arriba de un caballoEstábamos 1 mes de ida y otro de vuelta durmiendo donde toque y comiendo lo mismo. No me arrepiento…-nos dice- pero no quiero que mis hijos hagan lo mismo que hicimos con mi hermano, mis padres, mis abuelos y bisabuelos…, quiero que estudien y se vayan o hagan otra cosa…”   Lo que dice Lazcano, lo dicen muchos. La mayoría.

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La historia de la trashumancia en el centro y norte de la pcia. de Neuquén y sur de Mendoza nace con la 1° fundación de Mendoza, a finales del 1500, por parte del ejército realista que entrega tierras a colonos inmigrantes que provienen del Valle del Echo, en la actual frontera española con los pirineos franceses. Al llegar comparten sus costumbres y las aggiornan al nuevo espacio e introducen chivos, ovejas, vacas, burros y caballos y desplazan al guanaco que domesticaban los pehuenches. De esta manera, una actividad comercial deriva en una cultura profundamente consolidada en la región y que, con estas características, solo se da en tres lugares del mundo: Pakistán, El Valle del Echo español y centro y norte de la Pcia. de Neuquén y sur de Mendoza. La del norte neuquino y sur mendocino, sus protagonistas son más criollos, muchos de ellos europeos cruzados con pehuenches o criollos, mientras que la del centro neuquino (Zapala, Aluminé, Pehuenia, Moquehue) más tardía que la criolla, es mayoritariamente Mapuche.

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La veranada, en las altas montañas, es el lugar en donde alimentan sus animales después que se derrite la nieve del invierno, que cada vez cae menos y menos. Allí están desde noviembre/diciembre hasta abril/mayo que regresan a su invernada en la estepa patagónica a pasar el invierno y esperar que paran sus animales (septiembre/octubre) para regresar a la veranada.  Algunos tardan hasta 1 mes otros 2 o 3 días dependiendo de la distancia que haya entre un lugar y otro y la cantidad de animales que arreen. Algunos llevan más de 1.500 animales y otros apenas cientos. La gran mayoría de ellos, en ninguno de ambos lugares, tiene energía eléctrica, ni gas, ni agua corriente, por lo que no tiene heladera, ni lavarropa, ni bañadera, ni agua caliente, se bañan o asean lo que toque asear, en los arroyos con la misma frecuencia y de la misma manera con que lo hacía San Martín, Belgrano, Lavalle, Rosas o Colón, sin ir más lejos… ¿no nos vamos a imaginar que se bañaban a diario…??

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Durante muchísimos años, toda esta zona estuvo dinamizada por una intensa actividad económica, la cría de ganado, por un lado, sobre todo caprino, la agricultura, el trueque que se establecía con el vecino país chileno en el intercambio de animales, carnes, cueros, hilados, semillas, cereales, madera, artesanías, tejidos, etc. etc. también con el que fue el insipiente valle de Rio Negro y Neuquén al que se tardaba más de 25 días en llegar. No podemos evitar nombrar a don Galavanesky, venido de Rusia, como uno de los pioneros en el trueque, cuyo almacén de ramos generales aún está funcionando en Tricao Malal; la minería artesanal o pirquiñeros que le dicen, ya casi desaparecida, como la de don Corradino en Huinganco, los molinos de cereales en el cerro Colomichi-Co, muy cerca del rancho de adobe de la querida Doña Marcelina. Todo esto logró fusionar una comunidad multirregional, con parentescos comunes, también rituales y creencias religiosas compartidas, que le terminó dando a toda esta región una original cultura común y una libertad e independencia que el resto del país aún no tenía, de hecho, el último bastión realista estaba instalado en Las Lagunas de Epulauquen a cargo de los hermanos Pincheira, y fueron reducidas recién el año 1832. ¡16 años después de nuestra independencia…! Y todo en torno a la trashumancia que, desde hace unas décadas, ha iniciado su evidente desaparición. Ya las familias han dejado de hacerlo como antes y cada vez son menos los chiveros que transitan estos callejones para ir o volver de sus veranadas.

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El cada vez mayor esfuerzo que exige, los he visto atravesar inesperadas tormentas, aguaceros, inoportunas temporales de nieve que poquísimas personas soportarían estoicas como estos tipos, lo que se va sumando a la poca gente dispuesta, al deterioro ambiental, a la falta de lluvias y nevadas que repercute en la calidad y cantidad de pastos, a la burocracia, a las violentas tormentas que descargan su bronca con quien no la merecen y, de a poco, se van yendo, y con ellos también disminuye la creatividad, el dinamismo y la independencia que antaño caracterizó a todo este norte neuquino con su original impronta cultural y económica. Al ritmo de las promesas y compromisos electorales y el nuevo escenario laboral que se abre en los municipios locales y pequeños comercios, los hijos, nietos y entenados de los rudos paisanos y paisanas que antaño desafiaban montañas, nieves, tormentas, arroyos se han bajado del caballo para sentarse en los escritorios de las distintas dependencias municipales, provinciales y nacionales como hospitales, bancos, escuelas, registros civiles, oficinas de turismo, distribuidoras de agua o energía, radios públicas, policía, guarda faunas, bibliotecas populares, museos, etc. a domar su aburrimiento y su pereza. La creatividad y libertad que fluía como los arroyos se limitó a las 8 hs diarias, de lunes a viernes y de cumplimiento efectivo más horas extras, si correspondiera. Una vida tranquila, tienta a cualquiera. La falta de competencias que podrían diversificar las oportunidades económicas y la creación de empleos genuinos atenta contra el dinamismo social, económico y cultural de la región imponiendo su monotonía. El turismo y los deportes pedestres abrieron una nueva ventana económica, al tiempo que se cierran la de la vieja tradición y la región empieza, de a poco, a ser otra, como el pueblo blanco de Serrat: “…donde no crece una flor, ni trashuma un pastor…”

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Gracias Ricardo A. Kleine Samson!!

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